Primer día

Me están mirando. Lo sé. Los conozco a todos, sé cómo piensan y en cualquier momento van a empezar las risas. Tetas de mierda. ¿Justo ahora me tenían que empezar a crecer? ¿Y a medias? No tan grandes para andar mostrándolas, pero lo suficiente para cagarme la vida.

¡Bingo! Tenía que ser el pajero de Joaquín el que tirara el chiste. Todavía ni se le debe parar el pito al infeliz, pero llamar la atención es más fuerte que él. No llegué a escuchar el chiste, igual no me quita el sueño. Me preocupa más la cara de monja violada con la que me mira Franca. Mi mejor amiga, como no. Me mira como si le hubiese robado algo que fuese suyo. Yo no tengo la culpa si todavía le toca ser una tabla de planchar. Nunca nadie está conforme con lo que tiene.

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Nuevo año, nuevo colegio. Otro privado, otro más caro. Y sigo sin entender las contradicciones de mis viejos. Fueron a escuela pública y me mandan a una privada. Es como si el pasado de ellos fuera una cosa mala e irrepetible de la cual quisieran librarme. Para colmo los cambios no paran, total que el único que cada año sienta el orto en un banco diferente soy yo, de acuerdo a los consejos de los forros amigos de turno de mis viejos (siempre con más plata que ellos), que les sugieren instituciones para que mi futuro sea brillante.

Así que acá me tienen. En un aula dispuesta para mirar al boludo de turno. Cada asiento tiene su dueño asignado por más de que no haga falta escribir su nombre. Todos, incluso el del centro de la primera fila. Ese está libre. Es para mí. Un podio para observar al nuevo bicho raro que viene a interferir sus perfectas vidas.

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No sé qué hago pero los profesores me aman. Es algo natural que me pasa sin querer, como estas tetas a medias que tengo. Por suerte en este colegio los profesores no cambian y eso es una ventaja para mí. A gente como Joaquín en cambio, se la hacen parir todo el año.

La profesora Raffo me pide que pase al frente. Estamos en la clase de geografía en el primer día de clases, y parece querer hacernos aterrizar del pedo cerebral que traemos de las vacaciones. Me da lástima la pobre, es fea con ganas. En su vida no la deben haber tocado ni con un chorro de soda. Me pide que marque dos ríos argentinos en el planisferio del pizarrón. PI-BE pienso, Pilcomayo Bermejo. Debe ser la única regla mnemotécnica que alguna vez me funcionó y todavía recuerdo.

¡Cartón Lleno! Risa pajera. Risas pajeras. Ahora son varios. La profesora entiende todo, me sonríe y me manda a sentarme. No les dice nada. Yo les hubiera bajado los dientes de una piña. Evidentemente, profesora no voy a ser.

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Me están tomando el pelo. El podio ahora es un escenario. ¡Al frente! Como si no bastara estar en el primer banco, todavía más leña al fuego.

Siento que la historia se repite: diferentes colegios, mismos pelotudos. Parecen todos paridos en serie por la misma madre. Ahora seguro están analizando mi nariz y poniéndome apodos. Narigasnada, pinocho, cara de codo y hasta ahí debe llegar su limitada imaginación.

¡Me cago en los ríos! No puedo pensar. Encima llegaron las risas para hacerlo todavía más fácil. ¿Ah se suma todo el curso? ¿Tanta risa puede causarles mi nariz? Evidentemente no es mi nariz. Efectivamente no es mi nariz. Bragueta de mierda. Se me baja y parece como si estuviese a punto de inseminar toda el aula. Ojalá así fuera. Me ahorro las explicaciones.

-Colorado y Negro, pero no sé donde quedan- le digo a la profesora mientras vuelvo a mi asiento con la idea de no levantarme hasta el 2060.

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Por fin recreo. Le pido a Franca que me acompañe al garaje a fumar un cigarrillo. Me dice que está ocupada viendo las fotos de Vicky de Brasil. Que se haga coger. Ya va a venir a martillarme el oído con alguna novela de un pibe que según ella le tira onda, aunque la onda, como siempre, va a venir de su imaginación.

Me voy sola a fumar. Llego al garaje y me encuentro con el nuevo. Pobre chabón, que curso de infradotados que le tocó, me incluyo.

-¿Querés un pucho?- le pregunto.

-Dale, gracias- responde.

-Tengo solo Camel-digo.

-Mejor que nada es-dice mientras enciende primero mi cigarrillo y después el de él.

Damos un par de pitadas y él no parece muy interesado en iniciar una conversación. El silencio me molesta, me deprime.

-¿Me dejás que te de un consejo? – le pregunto de un modo que no deja lugar a un no como respuesta.

-Obvio- dice como perdido.

-Para que no se te baje el cierre, lo mejor es agarrar una arandela de un llavero y enroscarla en la punta del cierre. Después, metés la arandela en el botón, te abrochás el pantalón, y el cierre no se te va a bajar nunca- le digo.

-Debés ser la única de todo el curso que no pensó que se me había parado la pija –afirma.

Le sonrío.

-Gracias por el consejo. Igual eso lo usan las chicas. Dejemos que piensen lo que quieran. Soy un experto en darle de comer a los boludos –dice casi ahogándose con el humo del cigarrillo.

El recreo termina. Le digo que mejor subamos. Me gusta su actitud. Ahora le voy a martillar el oído a la tabla de Franca.
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